Mojácar: La perla blanca del Levante almeriense.
Colgado en una ladera de Sierra Cabrera, un pequeño pueblo almeriense rompe con la monotonía de un paisaje montañoso, tapizado de matorrales verdosos y amarillentos.

Bañadas por sol radiante del Mediterráneo, sus casas encaladas se solapan unas a otras, formando una pirámide irregular de un blanco luminoso, moteado por sus puertas y ventanas. Un laberinto espiral de estrechas callejuelas nos conduce al balcón de la plaza nueva, desde donde se divisa una extensa planicie de campos amarillentos salpicados de naranjos y olivos y una serie de montículos aislados, que revelan el origen volcánico de estas tierras. Pero no termina ahí nuestro ascenso, porque las mejores vistas están más arriba, en la plaza del castillo, allí, al Este: desde sus balconadas, se alcanza a ver una franja del mar Mediterráneo, difuminado por la bruma de la mañana, enmarcado por la línea de casas y apartamentos, que se asoman a sus playas. Al sur, una sierra abrupta dibuja sus irregulares picos entre el azul intenso del cielo y unas pocas nubes, que se condensan perezosas al cabo de la tarde y al oeste, mientras anochece y degustamos un te moruno en la terraza más alta del pueblo, el sol enciende las nubes de la tarde, en tonos púrpuras, rojizos o amarillos, dibujando una estampa multicolor única y diferente cada día.

Mojácar, la mora blanca del Mediterráneo, coronada por su iglesia de piedra, se alza orgullosa de su pasado árabe y su dinámico presente, celebrando cada año su tradicional fiesta de moros y cristianos. A tiro de piedra de unas playas de agua limpia y transparente, presume de tener uno de los primeros puestos de los pueblos de España, con más días soleados en un año. Si quieres agua, que no sea del mar, acude a sus famosas fuentes de chorros inagotables de agua dulce, fresca y rica en minerales de la tierra, allí bajaban en el pasado las alegres mojaqueras con sus cantaros de barro, allí vamos ahora, vecinos y turistas, con nuestros envases variopintos, para cubrir la necesidades de agua potable de las casas, si cerramos los ojos, el sonido constante de agua limpia brotando de sus caños, nos traslada en el tiempo, al patio central de una alcazaba árabe y nos sumerge en un mundo de sensaciones básicas y serenas, difíciles de encontrar en estos días.
